La Voz de mi alma secreta e inmortal me dijo:
Déjame entrar en el Sendero de la Oskuridad, y por ventura
que encontrare la Luz.
Soy el único ser en un abismo de oskuridad, de un abismo de oskuridad salí antes de nacer, del silencio del sueño primordial.
Y la Voz de las edades respondió a mi alma:
Yo soy Aquel que se formula en la oskuridad, la Luz que brilla en la oskuridad, aunque la oskuridad no la comprende.

martes, 30 de octubre de 2012

kraken


Fue cuando advertí del árbol,
y ahora veo que me decía que vendría lluvia,
deje atrás el kraken, el ente que quiere sentirse que esta vivo
no quiere morir en el olvido...grita....aulla
como lobo herido
no como el que canta a la luna
el dragón de acero cuida de el
que no salga de su lugar que lo forjo
que no siga con su furia
y aun en el exterior sigamos con su batalla
camine hacia el exterior
después de furiosas embestidas de sus fauces de metal
la luz ya estaba en el okaso
allí deje las sombras que repteaban en las paredes
en los techos...quizás tristes
por mi ausencia
no había a quien asustar, a quien tocar
alcance a ver mi sombra, iba delante de mi
como si tuviera su propio camino
su ir al donde estar
decidí seguirla
el okaso se estaba convirtiendo en oskuridad
parecía un pozo profundo
al que se encaminaba
sentí como si fuera el camino que yo seguí una vez
el inframundo
es un relato de duendes de hadas
donde cada uno significa un sentimiento
o miedo de las historias
miedo a lo desconocido
a si mismo o miedo de la vida
los duendes tienen la función de cuidar
como lo hace el dragón
los pájaros invocar el fuego y cantar con los coyotes
los lobos obserban la luna es testigo
las gárgolas...silentes, el fénix es el fuego
un ave que invoca a no morir, a renacer y no cada 400 años
el cuervo en su volar observa
el demonio siente que vivió un segundo mas...en su oskuridad



TEXTO DE UN ......DEMONIO.

jueves, 25 de octubre de 2012

poema negro de CLAUDIO DE ALAS


Cuando moria, me enlazó en su brazo
cual un reptil de palpitante raso;
y con voz afiebrada y lastimera,
me dijo que cual última terneza,
y en recuerdo de toda su belleza,
me dejaba su blanca calavera...

Que robara a la hambrienta sepultura,
ese ultimo jirón de su hermosura,
que una lívida amante me sería,
y en mis horas, alegres o de duelo,
su alma, descendiendo desde el cielo,
a través de sus cuencas me vería...

Pasa el tiempo... El ave silenciosa
del recuerdo voló sobre su fosa,
llamándome a cumplir aquel pedido,
que cual lúgubre flor de sus amores,
me dejó en los postreros estertores,
temerosa a los lutos del olvido.


Y era una noche. Oscuridad y viento;
la lluvia desgarrando el firmamento;
batida en sus ramajes la espesura;
los jardines tronchados y barridos;
y del mar, el estruendo y los rugidos,
resonando a lo lejos con pavura...

Ardiente el corazón, los miembros yertos,
escalé la muralla de los muertos;
y pensando en la súplica postrera
de esa lívida novia del Misterio,
me perdí en el profundo cementerio,
porque iba a robar su calavera.

Por las calles desiertas y medrosas,
buscando en los letreros de las fosas,
llegué hasta su sepulcro solitario.
El viento en los cipreses sollozaba,
y la lluvia, furiosa, me azotaba,
cual queriendo arrojarme del osario.

De una lámpara sorda, bajo el brillo,
su mármol quebranté con un martillo.
Cual fatídico abismo, negro y hondo,
de la tumba la puerta entenebrida
abierta contemplé... De entre su fondo,
brotó una bocanada corrompida!
Y en lo profundo de la negra caja,
entre blancos jirones de mortaja,
la miré desleída y pestilente:
sepultadas sus formas y sus manos,
entre olas hirvientes de gusanos
que tragaban su carne lentamente.

En sus sienes, mechones de cabellos,
sus ojos ¡ay! como ninguno bellos,
convertidos en cuencas pavorosas;
en su boca, que fue roja granada,
una muda y horrible carcajada,
y su pecho en piltrafas asquerosas...

De su belleza, que radió cual astro,
no habia allí tan siquiera un rastro.
Era un informe y corrompido andrajo.
La miré contristado, mudo, inerte:
medité en los festines de la Muerte,
y me hundí en el sepulcro abierto a tajo.

Temblorosas, tendiéronse mis manos
al inmenso hervidero de gusanos.
Busqué de la garganta las junturas:
nervioso retorcí... Hubo traquidos
de huesos arrancados y partidos...
hasta que hollando vil las sepulturas.

Huí miedoso entre las sombras crueles,
creyendo que los muertos en tropeles,
levantaban su forma descarnada
corriendo a rescatar su calavera,
esa yerta y silente compañera
de la lóbrega noche de la Nada...

Eso pasó... fué ayer... Hoy, en mi mesa,
cual escombro final de su belleza,
helada, muda, lívida e inerte,
sobre mis libros en montón, reposa,
cual una gigantesca y blanca rosa,
que ostentase la risa de la Muerte.

Sus grandes cuencas, como dos cavernas,
me contemplan inmóviles y eternas.
Atónito, al mirarlas, me figuro
que su alma tal vez huya del Cielo,
para triste, silente y con anhelo,
mirarme allá, desde su fondo oscuro.

Entonces con amor llego hasta ella,
y cual si fuera, cuando viva y bella,
por sus huesos, mi mano se desliza:
siento de ansia el corazón opreso,
y en el instante en que le doy un beso,
me encuentro ¡ay! con su macabra risa.

Y allá, de la alta noche, cuando escribo,
ante su faz sintiéndome cautivo,
me parece que se abren sus quijadas,
y que en frases muy tiernas, temblorosas,
me pide que le diga blandas cosas,
como en noches amantes y borradas...

Y soñando, la veo transformarse
en la bella de entonces, y acercarse...
y sentirme yo suyo... y ella mía...
Más, al instante mi pupila advierte,
que no es sino la imagen de la Muerte,
que me contempla extática y sombría.

Ya llevan mucho tiempo estos amores...
Es ella quién conoce mis dolores,
los sueños todos de mi vida entera...
Ella me da la desnudez que viste,
y yo el cariño de mi alma triste,
teniéndola de novia hasta que muera.

Y cuando rompa de la Vida el lazo,
cual ella a mi, la enlazará mi brazo,
y antes que en mi redor todo sucumba,
le diré como frase postrimera:
-Acompañame, pobre calavera,
acompañame, amada, hasta la tumba!...

la muerta de Guy de Maupassant

¡La había amado desesperadamente! ¿Por qué se ama? Cuán extraño es ver un solo ser en el mundo, tener un solo pensamiento en el cerebro, un solo deseo en el corazón y un solo nombre en los labios... un nombre que asciende continuamente, como el agua de un manantial, desde las profundidades del alma hasta los labios, un nombre que se repite una y otra vez, que se susurra incesantemente, en todas partes, como una plegaria.Voy a contarles nuestra historia, ya que el amor sólo tiene una, que es siempre la misma. La conocí y viví de su ternura, de sus caricias, de sus palabras, en sus brazos tan absolutamente envuelto, atado y absorbido por todo lo que procedía de ella, que no me importaba ya si era de día o de noche, ni si estaba muerto o vivo, en este nuestro antiguo mundo.
Y luego ella murió. ¿Cómo? No lo sé; hace tiempo que no sé nada. Pero una noche llegó a casa muy mojada, porque estaba lloviendo intensamente, y al día siguiente tosía, y tosió durante una semana, y tuvo que guardar cama. No recuerdo ahora lo que ocurrió, pero los médicos llegaron, escribieron y se marcharon. Se compraron medicinas, y algunas mujeres se las hicieron beber. Sus manos estaban muy calientes, sus sienes ardían y sus ojos estaban brillantes y tristes. Cuando yo le hablaba me contestaba, pero no recuerdo lo que decíamos. ¡Lo he olvidado todo, todo, todo! Ella murió, y recuerdo perfectamente su leve, débil suspiro. La enfermera dijo: "¡Ah!" ¡y yo comprendí!¡Y yo comprendí!
Me consultaron acerca del entierro pero no recuerdo nada de lo que dijeron, aunque sí recuerdo el ataúd y el sonido del martillo cuando clavaban la tapa, encerrándola a ella dentro. ¡Oh! ¡Dios mío!¡Dios mío!
¡Ella estaba enterrada! ¡Enterrada! ¡Ella! ¡En aquel agujero! Vinieron algunas personas... mujeres amigas. Me marché de allí corriendo. Corrí y luego anduve a través de las calles, regresé a casa y al día siguiente emprendí un viaje.
*
Ayer regresé a París, y cuando vi de nuevo mi habitación -nuestra habitación, nuestra cama, nuestros muebles, todo lo que queda de la vida de un ser humano después de su muerte-, me invadió tal oleada de nostalgia y de pesar, que sentí deseos de abrir la ventana y de arrojarme a la calle. No podía permanecer ya entre aquellas cosas, entre aquellas paredes que la habían encerrado y la habían cobijado, que conservaban un millar de átomos de ella, de su piel y de su aliento, en sus imperceptibles grietas. Cogí mi sombrero para marcharme, y antes de llegar a la puerta pasé junto al gran espejo del vestíbulo, el espejo que ella había colocado allí para poder contemplarse todos los días de la cabeza a los pies, en el momento de salir, para ver si lo que llevaba le caía bien, y era lindo, desde sus pequeños zapatos hasta su sombrero.
Me detuve delante de aquel espejo en el cual se había contemplado ella tantas veces... tantas veces, tantas veces, que el espejo tendría que haber conservado su imagen. Estaba allí de pie, temblando, con los ojos clavados en el cristal -en aquel liso, enorme, vacío cristal- que la había contenido por entero y la había poseído tanto como yo, tanto como mis apasionadas miradas. Sentí como si amara a aquel cristal. Lo toqué; estaba frío. ¡Oh, el recuerdo! ¡Triste espejo, ardiente espejo, horrible espejo, que haces sufrir tales tormentos a los hombres! ¡Dichoso el hombre cuyo corazón olvida todo lo que ha contenido, todo lo que ha pasado delante de él, todo lo que se ha mirado a sí mismo en él o ha sido reflejado en su afecto, en su amor! ¡Cuánto sufro!
Me marché sin saberlo, sin desearlo, hacia el cementerio. Encontré su sencilla tumba, una cruz de mármol blanco, con esta breve inscripción:
«Amó, fue amada y murió.»
¡Ella está ahí debajo, descompuesta! ¡Qué horrible! Sollocé con la frente apoyada en el suelo, y permanecí allí mucho tiempo, mucho tiempo. Luego vi que estaba oscureciendo, y un extraño y loco deseo, el deseo de un amante desesperado, me invadió. Deseé pasar la noche, la última noche, llorando sobre su tumba. Pero podían verme y echarme del cementerio. ¿Qué hacer? Buscando una solución, me puse en pie y empecé a vagabundear por aquella ciudad de la muerte. Anduve y anduve. Qué pequeña es esta ciudad comparada con la otra, la ciudad en la cual vivimos. Y, sin embargo, no son muchos más numerosos los muertos que los vivos. Nosotros necesitamos grandes casas, anchas calles y mucho espacio para las cuatro generaciones que ven la luz del día al mismo tiempo, beber agua del manantial y vino de las vides, y comer pan de las llanuras.
¡Y para todas estas generaciones de los muertos, para todos los muertos que nos han precedido, aquí no hay apenas nada, apenas nada! La tierra se los lleva, y el olvido los borra. ¡Adiós!
Al final del cementerio, me di cuenta repentinamente de que estaba en la parte más antigua, donde los que murieron hace tiempo están mezclados con la tierra, donde las propias cruces están podridas, donde posiblemente enterrarán a los que lleguen mañana. Está llena de rosales que nadie cuida, de altos y oscuros cipreses; un triste y hermoso jardín alimentado con carne humana.
Yo estaba solo, completamente solo. De modo que me acurruqué debajo de un árbol y me escondí entre las frondosas y sombrías ramas. Esperé, agarrándome al tronco como un náufrago se agarra a una tabla.
Cuando la luz diurna desapareció del todo, abandoné el refugio y eché a andar suavemente, lentamente, silenciosamente, hacia aquel terreno lleno de muertos. Anduve de un lado para otro, pero no conseguí encontrar de nuevo la tumba de mi amada. Avancé con los brazos extendidos, chocando contra las tumbas con mis manos, mis pies, mis rodillas, mi pecho, incluso con mi cabeza, sin conseguir encontrarla. Anduve a tientas como un ciego buscando su camino. Toqué las lápidas, las cruces, las verjas de hierro, las coronas de metal y las coronas de flores marchitas. Leí los nombres con mis dedos pasándolos por encima de las letras. ¡Qué noche! ¡Qué noche! ¡Y no pude encontrarla!
No había luna. ¡Qué noche! Estaba asustado, terriblemente asustado, en aquellos angostos senderos entre dos hileras de tumbas. ¡Tumbas! ¡Tumbas! ¡Tumbas! ¡Sólo tumbas! A mi derecha, a la izquierda, delante de mí, a mi alrededor, en todas partes había tumbas. Me senté en una de ellas, ya que no podía seguir andando. Mis rodillas empezaron a doblarse. ¡Pude oír los latidos de mi corazón! Y oí algo más. ¿Qué? Un ruido confuso, indefinible. ¿Estaba el ruido en mi cabeza, en la impenetrable noche, o debajo de la misteriosa tierra, la tierra sembrada de cadáveres humanos? Miré a mi alrededor, pero no puedo decir cuánto tiempo permanecí allí. Estaba paralizado de terror, helado de espanto, dispuesto a morir.
Súbitamente, tuve la impresión de que la losa de mármol sobre la cual estaba sentado se estaba moviendo. Se estaba moviendo, desde luego, como si alguien tratara de levantarla. Di un salto que me llevó hasta una tumba vecina, y vi, sí, vi claramente cómo se levantaba la losa sobre la cual estaba sentado. Luego apareció el muerto, un esqueleto desnudo, empujando la losa desde abajo con su encorvada espalda. Lo vi claramente, a pesar de que la noche estaba oscura. En la cruz pude leer:
«Aquí yace Jacques Olivant, que murió a la edad de cincuenta y un años. Amó a su familia, fue bueno y honrado y murió en la gracia de Dios.»
El muerto leyó también lo que había escrito en la lápida. Luego cogió una piedra del sendero, una piedra pequeña y puntiaguda, y empezó a rascar las letras con sumo cuidado. Las borró lentamente, y con las cuencas de sus ojos contempló el lugar donde habían estado grabadas. A continuación, con la punta del hueso de lo que había sido su dedo índice, escribió en letras luminosas, como las líneas que los chiquillos trazan en las paredes con una piedra de fósforo:
«Aquí yace Jacques Olivant, que murió a la edad de cincuenta y un años. Mató a su padre a disgustos, porque deseaba heredar su fortuna; torturó a su esposa, atormentó a sus hijos, engañó a sus vecinos, robó todo lo que pudo y murió en pecado mortal.»
Cuando hubo terminado de escribir, el muerto se quedó inmóvil, contemplando su obra. Al mirar a mi alrededor vi que todas las tumbas estaban abiertas, que todos los muertos habían salido de ellas y que todos habían borrado las líneas que sus parientes habían grabado en las lápidas, sustituyéndolas por la verdad. Y vi que todos habían sido atormentadores de sus vecinos, maliciosos, deshonestos, hipócritas, embusteros, ruines, calumniadores, envidiosos; que habían robado, engañado, y habían cometido los peores delitos; aquellos buenos padres, aquellas fieles esposas, aquellos hijos devotos, aquellas hijas castas, aquellos honrados comerciantes, aquellos hombres y mujeres que fueron llamados irreprochables. Todos ellos estaban escribiendo al mismo tiempo la verdad, la terrible y sagrada verdad, la cual todo el mundo ignoraba, o fingía ignorar, mientras estaban vivos.
Pensé que también ella había escrito algo en su tumba. Y ahora, corriendo sin miedo entre los ataúdes medio abiertos, entre los cadáveres y esqueletos, fui hacia ella, convencido de que la encontraría inmediatamente. La reconocí al instante sin ver su rostro, el cual estaba cubierto por un velo negro; y en la cruz de mármol donde poco antes había leído:
«Amó, fue amada y murió.»
Ahora leí:
«Habiendo salido un día de lluvia para engañar a su amante, pilló una pulmonía y murió.»
Parece que me encontraron al romper el día, tendido sobre la tumba, sin conocimiento.
FIN

domingo, 21 de octubre de 2012

la espera


Llego el invierno y con el frío y la nieve...la oskuridad amplio sus dominios sobre el día...
el cementerio parecía mas desolado que nunca...nadie se acuerda de los muertos en días así...
pero entre la neblina que lo cubre se deja entrever una sombra...que por su tamaño parecería imperceptible dada su inmovilidad...
incansable, sobre la lapida, cumple con el destino que sus principios le ordenan...
EL CUERVO...
aquella alma era su compañera, parte de su esencia, con la que surco en su vuelo espacios inexplorados...
le dejo solo, con su tristeza y hastío, con la pena de su ausencia...
espera su regreso paciente, incansable, imperturbable...atado a aquella tumba le niega la victoria a la muerte, reclamando un regreso desde lo profundo del inframundo...
sus ojos solo miran a ese lugar donde espera un día verla regresar...alguien podrá apiadarse de este oskuro cuervo?

miércoles, 17 de octubre de 2012

miedo


La humedad lo impregna todo...enganchosa se pega a cuanto hay en el exterior...
la noche parece espectral...
una nebulosa niebla lo cubre todo...
como si de una fotografía fantasmal se tratase...todo toma una apariencia irreal...
la luz de las farolas, unas blancas...otras amarillas, como si fuesen los ojos de monstruos que nos acechan en lo profundo de la oskuridad...
si una cámara consiguiese captar lo que ven mis ojos!!
tal vez se os encogiera en alma...porque en noches como esta es cuando te parece despertar de un mal sueño...
para adentrarte en una pesadilla...
frío, soledad y misterio...
no es lugar para los vivos, para sangres calientes, para corazones palpitantes...ve a casa, correeee!!!
algo se movió tras de ti...
no conseguiste verlo pero tu mente se agita en la búsqueda de una respuesta,  y tu ojo vio una sombra fugaz...
tal vez tan solo fue tu imanación...
pero si hasta pudiste sentir un escalofrío ante esa cercanía, no...no fue una alucinación...
aligera el paso, no mires atrás, aunque sientas su aliento en tu nuca...corre, huye...mas aprisa, has de escapar de su alcance...
pero no puede ser!
no puedes caerte ahora...levantate!!
no ves que te atrapo el pie, aferrate a la tierra y arrastrate con tus manos no dejes que tire de ti...patea, lucha...
la niebla lo engulle todo...el silencio se adueña de la noche y la oskuridad borra todo rastro de lo sucedido....
otra existencia mas cuyo final paso a ser un misterio....y de mientras esos monstruos siguen acechantes en la oskuridad...

soledad


Si mis pensamientos fuesen el néctar que liban las abejas
de su cera cirios enormes fabricaría,
adornarían capillas abandonadas
donde consumirme en el silencio de lo eterno.
Tenue llama vacilante
incapaz de solapar la oskuridad,
mas con su tímido brillo espera
espantar los fantasmas que cohabitan en su noche...
Pero mis pensamientos son divagaciones
transitando incansables por veredas desgastadas,
laberinto de incertidumbres que atormentan mi alma.
Quiero silencio, busco silencio
silencio de mente, silencio de corazón...
para encontrar lo que de mi queda
en este enjambre de despropósitos.
Tal vez...después de todo, no haya nada,
soy una débil llama perdida en oskuridad,
buscando a quien fui...
aquella que mato el acontecer de los días,
de ilusiones rotas, de esperanzas incumplidas...
aquella niña que una primavera adolescente
se adentro para siempre
en las soledades de OSKURIDAD....

jueves, 4 de octubre de 2012

Mi corazón lo suplí por una caja,
lo destrozaron y hueco quedo su lugar.
Caja de las cosas valiosas...
pequeños tesoros que enseñar un día,
cuando fuera de este mundo ilusorio
nos pregunten....que traes?
y con delicadeza y temor abramos 
esa caja para liberar su contenido
esparciendo parte de lo que fuimos...
como perlas sobre el tul del firmamento
y reclamando nuestro derecho
 a la inmortalidad celestial.
Mi caja quizás no contenga muchas perlas...
se lleno de kristales que de mis ojos brotaron
y esos kristales se fundieron en un único diamante 
que irradia algo que esta fuera de mi entendimiento,
con él me presentare ante el Ángel de la Justicia 
y solicitare clemencia....
para alguien que fue torpe e ignorante,
y su rastro, las huellas de sus pisadas, 
se las llevo el viento del olvido.
Pero que consiguió atesorar esa joya para DIOS.