La Voz de mi alma secreta e inmortal me dijo:
Déjame entrar en el Sendero de la Oskuridad, y por ventura
que encontrare la Luz.
Soy el único ser en un abismo de oskuridad, de un abismo de oskuridad salí antes de nacer, del silencio del sueño primordial.
Y la Voz de las edades respondió a mi alma:
Yo soy Aquel que se formula en la oskuridad, la Luz que brilla en la oskuridad, aunque la oskuridad no la comprende.
Déjame entrar en el Sendero de la Oskuridad, y por ventura
que encontrare la Luz.
Soy el único ser en un abismo de oskuridad, de un abismo de oskuridad salí antes de nacer, del silencio del sueño primordial.
Y la Voz de las edades respondió a mi alma:
Yo soy Aquel que se formula en la oskuridad, la Luz que brilla en la oskuridad, aunque la oskuridad no la comprende.
miércoles, 27 de marzo de 2013
gilgamesh
La epopeya se inicia por una breve introducción que hace el elogio de Gilgamesh y de su ciudad, Uruk. Nos enteramos enseguida de que Gilgamesh, rey de esta ciudad, es un personaje inquieto, indomable, quisquilloso, que no tolera a ningún rival y oprime a sus súbditos. Tiene un apetito sexual verdaderamente rabelaisiano, y para satisfacerlo precisamente es por lo que se muestra más tiránico. Los habitantes de Uruk acaban por quejarse a los dioses y estos últimos entonces se dan cuenta de que Gilgamesh se está portando como un verdadero tirano y gobernando muy mal a sus súbditos porque todavía no ha encontrado quien le mande en este mundo. En consecuencia, los dioses envían a la tierra a la gran diosa-madre Aruru, para que ponga fin a esta situación. Aruru modela con arcilla el cuerpo de Enkidu, que es una especie de bruto cubierto de vello y provisto de una larga cabellera. Este ser primitivo ignora todo lo que sea civilización y vive desnudo en medio de las fieras que rondan por la llanura. Tiene más de animal que de hombre; y, sin embargo, es él el que está destinado a domar el carácter arrogante de Gilgamesh y, además, a disciplinar su espíritu. Pero es preciso, ante todo, que Enkidu se «humanice». Una cortesana de Uruk se encarga de su educación; despierta el instinto sexual de Enkidu y lo satisface. Entonces su carácter se transforma; Enkidu pierde su aspecto de bruto y se desarrolla su espíritu. Se le aclara la inteligencia, y las fieras y animales salvajes ya no le reconocen por uno de los suyos. Pacientemente, la cortesana le enseña a comer, a beber y a vestirse como una persona civilizada.
Cuando ya se ha convertido en un hombre hecho y derecho, Enkidu ya puede presentarse ante Gilgamesh para frenarle la arrogancia y los apetitos tiránicos. Gilgamesh ya ha sido advertido en sueños del advenimiento de Enkidu. Impaciente para probarle que nadie tiene talla suficiente para poder considerarse su rival, Gilgamesh organiza una orgía nocturna e invita a Enkidu a tomar parte en ella. Pero Enkidu, escandalizado por el libertinaje de Gilgamesh, quiere impedirle la entrada en la casa donde esta fiesta indecente debe tener lugar. Éste es el pretexto que Gilgamesh esperaba; los dos titanes, el ciudadano astuto y el hombre inocente de la llanura, llegan a las manos. Enkidu parece que al principio lleva las de ganar, pero, bruscamente, sin que sepamos por qué, la ira de Gilgamesh se desvanece, y a pesar de que acaban de batirse encarnizadamente, los dos adversarios se abrazan y hacen las paces. Este combate es el punto de partida de una larga e inalterable amistad que llegará a ser legendaria. Los nuevos amigos, desde ahora inseparables, llevarán a cabo juntos toda suerte de hazañas heroicas.
No obstante, Enkidu no se siente dichoso en Uruk. La vida de placeres y molicie que allí está llevando le debilita. Gilgamesh le confía entonces que él tiene la intención de dirigirse al lejano País de los Cedros para matar a su temible guardián, Huwawa, y «purgar este país de todo lo que está mal». Pero Enkidu, que podía recorrer a su albedrío el Bosque de los Cedros en aquellos tiempos en que era como un animal salvaje, y que, por lo tanto, conoce el asunto a fondo, advierte a su amigo del riesgo que corre de perecer en la aventura. Gilgamesh encuentra ridículos los temores de Enkidu. Él desea adquirir gloria perenne, quiere «hacerse un nombre», y no tener que vivir una vida que podría ser larga, pero en la que el heroísmo no ocuparía ningún lugar. Consulta con los ancianos de la ciudad respecto a su propósito, y se propicia a Shamash, el dios del sol,(84)patrón de los viajeros. Después hace fraguar por los artesanos de Uruk, con destino a él mismo y a Enkidu, unas armas que parecen hechas para que las manejen unos gigantes. Una vez terminados estos preparativos, los dos amigos parten para la expedición. Al cabo de un largo y agotador viaje, llegan a la maravillosa Selva de los Cedros; a continuación matan a Huwawa y abaten los árboles.
Pero la aventura engendra la aventura. Apenas están de regreso a Uruk, que la diosa del amor y la lujuria, Ishtar,(85) se enamora del hermoso Gilgamesh. Con objeto de seducirlo, hace reflejar a sus ojos el señuelo de unos favores extraordinarios. Pero Gilgamesh ya no es el tirano indomable de antes. Sabe perfectamente que la diosa ha tenido numerosos amantes y que ella es, por naturaleza, infiel. En consecuencia, Gilgamesh se burla de las proposiciones que le hace la diosa y las rechaza con desprecio olímpico. Decepcionada y cruelmente ofendida, Ishtar pide al dios del cielo, Anu, que envíe el «Toro celeste» a Uruk, para matar a Gilgamesh y destruir la ciudad. Anu, al principio, se niega, pero Ishtar le amenaza con hacer salir los Muertos de los Infiernos, y, ante la tremenda amenaza, el dios cede. El Toro celeste desciende a la Tierra, devasta la ciudad de Uruk y hace una horrorosa matanza de guerreros, a centenares. Pero Gilgamesh y Enkidu atacan al monstruo y, aunando sus esfuerzos, consiguen darle muerte después de un furioso combate.
He aquí, pues, a nuestros dos héroes en la cumbre de la gloria; la ciudad de Uruk resuena con los cánticos de sus hazañas. Pero una fatalidad inexorable pone fin cruelmente a su dicha. Como que Enkidu ha tomado parte activa en el asesinato de Huwawa y en la muerte del Toro celeste, los dioses le condenan a morir en breve plazo, y, efectivamente, al término de una enfermedad de doce días de duración, Enkidu lanza el postrer suspiro bajo los ojos de su amigo Gilgamesh, anonadado por el sentimiento de su impotencia y por la triste ineluctabilidad del lance. Una idea doblemente amarga obsesionará de entonces en adelante su espíritu angustiado: Enkidu ha muerto, y él también acabará del mismo modo. La gloria que han merecido sus denodadas hazañas no es, para él, más que un pobre consuelo. Y he aquí que el atormentado héroe desea, con todas sus fuerzas, conseguir una inmortalidad más tangible, la del cuerpo. Es preciso que busque y que encuentre el secreto de la vida eterna.
Sabe que, en tiempo pasado, un solo hombre ha logrado convertirse en inmortal: Utanapishtim, el sabio y piadoso monarca de la antigua Shuruppak, una de las cinco ciudades reales fundadas antes del Diluvio. (86)Por consiguiente, Gilgamesh decide encaminarse, sea como sea, al lugar donde vive Utanapishtim, al otro extremo del mundo; este héroe inmortalizado le revelará, tal vez, el precioso secreto de la vida eterna. Traspasa montañas, atraviesa llanuras; el viaje es largo y difícil, y Gilgamesh pasa por la prueba del hambre. Debe luchar sin cesar con los animales que le atacan. Finalmente, atraviesa el Mar Primordial, las «Aguas de Muerte». El altivo monarca de Uruk ya no es más que un pobre pelele descarnado y miserable cuando llega en presencia de Utanapishtim; tiene largas e hirsutas barba y cabellera, y su cuerpo sucio y pringoso va cubierto de pieles de animales.
Gilgamesh suplica a Utanapishtim que le enseñe el secreto de la vida eterna. Pero la conversación que entabla con él el anciano rey de Shuruppak es francamente decepcionante. Utanapishtim le refiere prolijamente la historia del espantoso Diluvio que los dioses provocaron antaño en la tierra para exterminar a todo bicho viviente y le confiesa que él mismo habría perecido de no haber podido cobijarse en un gran navío que el dios de la sabiduría, Ea, le había aconsejado que construyera. En cuanto a la vida eterna, añade Utanapishtim, no era más que un regalo que los dioses quisieron hacerle; pero ¿qué dios puede tener interés en regalar la inmortalidad a Gilgamesh? Al oír estas palabras, nuestro héroe comprende que su mal no tiene remedio y se resigna a regresar a Uruk con las manos vacías. Pero he aquí que aparece un resplandor de esperanza: a instancias de su esposa, Utanapishtim indica a Gilgamesh el lugar donde se podrá procurar la planta de la juventud eterna, la cual crece en el fondo del mar. Gilgamesh, ni corto ni perezoso, se zambulle en el agua, consigue coger la planta y emprende, gozoso, el regreso a Uruk. Pero los dioses tenían otros designios. Mientras Gilgamesh se baña en un manantial que ha visto en el camino, surge una serpiente y come la planta, razón por la que las serpientes mudan de piel y se hacen jóvenes de nuevo, mientras que los hombres envejecen y mueren. Cansado y amargamente desilusionado, el héroe regresa a Uruk, buscando el consuelo en la contemplación de las poderosas murallas que rodean la ciudad.
lunes, 11 de marzo de 2013
sueños
Anoche soñé que tenia un sueño, mas cuando desperté no había nada....de las hogueras quedan brasas, de las añoranzas tan solo lagrimas.
Que difícil es equilibrar los elementos que conforman tu vida....
y cuan necesario es para mi que todo gire en una armonía universal...
No soy gran cosa, una insignificancia no mas, pero se cuanto soy capaz de dar...y ver como las perlas formadas en mi interior caen en profundo abismo sin unas manos que las recojan...
me entristece enormemente, son perlas valiosas, muy raras, pero quizás su lugar no pertenezca a este mundo...
En mis inicios sabia con certeza mi encuentro con alguien muy especial...solo era una niña, y mi preocupación era si le sabría reconocer llegado el momento, para no dejarlo pasar de largo.
En estos años estuvo en mis sueños...una y otra vez insistentemente, sin rostro...pero apretando aun mas esos nudos que nos ataban.
Y al final apareció en mi vida...y ha sido como siempre supe que seria...pero con un pequeño detalle, el no sabe, desconoce que esta atado a mi y me siento perdida...
y son tantas las preguntas que me hago ...y son tantas las preguntas que le hago a dios...
que en cualquier momento saldré a la calle a gritar, gritare al mundo, gritare al cielo y echaré a andar...
mis pies no tocaran el suelo...mi vista solo buscara el mar...en ese momento liberare mi alma, ya nada me podrá alcanzar...
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